Descripción

A pesar de la descomposición de su mitad occidental en un conjunto de diversos reinos “bárbaros”, durante la segunda mitad del siglo V el Imperio romano no solo resistió en Oriente, sino que puso en marcha, o culminó, toda una serie de transformaciones que consolidarían su poder, hasta permitirle volver a proyectarlo, con fuerzas renovadas, hacia el exterior. El ascenso de Justiniano I (reg. 527-565) al trono llevaría al Imperio romano de Oriente, finalmente, a la reconquista del norte de África, la península itálica y la mitad sur de la antigua Hispania romana, si bien no sin dificultades. A la muerte de este emperador, el Imperio romano, de nuevo con la venerada ciudad de Roma en su seno, volvía a extenderse hacia Occidente y estaba listo para seguir avanzando, incluso, más lejos. La culminación de la conversión del Ejército romano en una fuerza en la que la caballería constituía su nueva columna vertebral, entre otros cambios, jugó un papel esencial en el éxito de estas empresas. Una vez más, como hemos visto a lo largo de los siete números especiales dedicados a la legión romana que preceden a este que tenemos entre nuestras manos, las fuerzas armadas romanas en el siglo VI lograron el éxito en el campo de batalla a través de un constante proceso de cambio y adaptación. Que las circunstancias y los errores cometidos por los sucesores de Justiniano paralizaran en última instancia esta progresión, a finales del siglo VI, no desmerece los cambios decisivos que el Ejército romano imprimió, una vez más, en el curso de la Historia del Mediterráneo y, por extensión, del mundo.